Historia de España UD.6: El reinado de Isabel II
- publicado por José Luis Usero Vílchez
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- Fecha diciembre 16, 2021
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TEMA 6. EL REINADO DE ISABEL II (1833-1868)
I. INTRODUCCIÓN
El reinado de Isabel II ocupa gran parte del siglo XIX español. Será durante el gobierno de esta reina donde finalmente se implante el sistema liberal en nuestro país, algo que ya se había intentado anteriormente de manera infructuosa tanto en la Guerra de Independencia (1808-1814) como en el reinado de Fernando VII (1814-1833). No obstante, serán las dificultades derivadas de su acceso al trono las que provocarán que finalmente los liberales consigan imponer su proyecto de país, algo que harán con multitud de problemas dadas las divisiones internas existentes en su seno, lo que convertirá a este periodo en una etapa muy conflictiva.
II. EL CARLISMO Y LA PRIMERA GUERRA CARLISTA (1833-1840)
El nacimiento de la princesa Isabel en 1830 traía consigo importantes consecuencias. La llegada de los Borbones había supuesto el establecimiento de la Ley Sálica, es decir, la imposibilidad de que las mujeres pudieran acceder al trono español. Esto rompía con el derecho castellano representado en las Partidas de Alfonso X, donde sí se reconocía la posibilidad de que la hija mayor de un monarca pudiera reinar en caso de no existir varón para tal menester. Pese a que se dieron intentos de abolir la Ley Sálica, (Pragmática Sanción de 1789 o Constitución de 1812) no terminaron de triunfar. Por consiguiente, la inexistencia de un heredero varón, unido a los intereses que tenía el hermano del rey, Carlos María Isidro, en obtener el trono, derivaría en una disputa con gran transcendencia en el reinado de la futura Isabel II.
Consciente de la situación, Fernando VII promulgaría la Pragmática Sanción en 1830, la cual anularía en 1832 (convencido por un colaborador suyo llamado Calomarde), para posteriormente volver a aprobar. A través de esta ley suprimía la Ley Sálica y dejaba vía libre para el reinado de su hija. Pese a ello dos bandos comenzaban a conformarse ya en vida del propio rey. De una parte tendríamos a su propio hermano, Carlos María Isidro, que buscaría sus apoyos en los absolutistas. Por otro lado, la esposa del monarca, María Cristiana, quien haría lo posible para defender los derechos sucesorios de su hija Isabel, buscando para ello el apoyo en los liberales, especialmente los moderados.
La muerte de Fernando VII en 1833 permitirá el definitivo estallido del conflicto. Isabel asumía el trono como Isabel II, pero su tío no lo aceptaría y sería proclamado rey en diversas regiones de España (País Vasco, Navarra y partes de la antigua Corona de Aragón). El hermano del fallecido publicaría el Manifiesto de Abrantes donde dejaría claras sus intenciones de gobernar. Los apoyos del carlismo estaban bien claros y se recogían en su lema: Dios, Patria, Fueros y Rey. Es decir, defendían la monarquía absoluta y se alejaban de cualquier reforma liberal. Estiman que el tradicionalismo católico y la defensa de los intereses de la Iglesia deben ser una prioridad, en tanto que asumen que estos valores son los intrínsecos de la idea de España que tienen y defienden. Por otro lado, Carlos María Isidro se muestra defensor del foralismo, lo cual le granjeará importantes apoyos en el norte del país. Los liberales defendían reformas igualitarias y centralistas a nivel territorial, lo que ponía en peligro los fueros vascos y navarros, por lo que en esta zona el apoyo al carlismo será una constante. Asimismo, también lo será en las regiones de la antigua Corona de Aragón que verán una oportunidad para recobrar sus leyes diferenciales perdidas tras la Guerra de Sucesión Española (1701-1714). Los apoyos sociales de Carlos María Isidro son muy claros: la nobleza, el clero, las clases medias foralistas y los campesinos temerosos de la expansión del capitalismo.
La Primera Guerra Carlista (1833-40) fue un conflicto de una transcendencia sin igual, que no solo marcaría los primeros años del reinado de Isabel II, sino que más bien vendría a ser relevante para la totalidad de su tiempo en el trono. Contaría con tres etapas:
1ª Etapa (1833-1835). Se caracteriza por la difusión del carlismo por el norte de España, especialmente por las zonas más rurales. Las principales ciudades vascas y navarras permanecerían fieles al bando isabelino. Aunque en un principio los carlistas actuarán siguiendo la guerra de guerrillas, poco a poco irán organizando un ejército que pondrá en jaque a los liberales. Esta fase culminará con la muerte de Zumalacárregui, uno de los generales más destacados de los carlistas en el sitio de Bilbao en 1835.
2ª Etapa (1835-1837). Comienzan las expediciones carlistas por el resto del territorio español, especialmente destacan la de los generales Cabrera y Gómez. Incluso el propio Carlos María Isidro tomará partido en las mismas tratando de asediar Madrid, sin embargo la mayor parte de estos ataques culminan en un fracaso estrepitoso, marcando el principio del fin del bando carlista.
3ª Etapa (1837-1839). Los carlistas comenzarán a perder territorios y, en paralelo, a dividirse internamente entre los apostólicos y los más moderados. Los primeros abogaban por continuar el conflicto, mientras que los segundos serán partidarios de la negociación. Finalmente la postura de los segundos terminaría plasmándose en el llamado Convenio de Vergara (1839) que cristalizaría en el abrazo que se dieron los generales Espartero (isabelino) y Maroto (carlista). A través de este acuerdo se respetarían los fueros vascos y navarros y, además, se reintegrarían a las tropas carlistas en el ejército isabelino. Sin embargo la resistencia liderada por el general Cabrera continuaría en algunas zonas del Levante y Cataluña, siendo derrotados en 1840.
Las consecuencias de la guerra fueron varias. En primer lugar, habría unos 200.000 muertos, a lo que habría que unir el propio coste material, que agravaría todavía más el retraso económico español. Además, la Hacienda se vería tremendamente afectada por el conflicto, aumentándose la ya de por sí deficitaria situación del país. Por otro lado, los militares liberales pasarán a poseer una gran relevancia en la política española, en tanto que habían sido ellos los que defendieron a ultranza los derechos sucesorios de la reina Isabel. Por consiguiente, los pronunciamientos serán una constante en la vida política española.
III. LAS REGENCIAS
Isabel accedió al trono con tan solo tres años de edad, por lo que fueron necesarios varios gobiernos de regencia, a través de los cuales se dirigiría el reinado en su nombre. Son dos las etapas de regencia que encontramos: la Regencia de María Cristina (1833-1840) y la Regencia de Espartero (1840-1843).
III.1. La Regencia de María Cristina (1833-1840)
Será la madre de Isabel II quien gobierne por su hija en los primeros años de su reinado. Pese a que teóricamente los liberales son los que apoyen a Isabel II, las intenciones de su madre no era la de introducir grandes reformas liberales. De hecho, los primeros gobiernos de su regencia estarán caracterizados por el dominio de los moderados, así como personajes muy cercanos al absolutismo. Distinguimos tres etapas dentro del periodo de regencia de María Cristina.
La primera etapa (1833-35) cuenta con personajes como Cea Bermúdez (actuará de presidente) y Javier de Burgos, quien en 1833 elaboraría una división provincial que, con escasos cambios, se mantiene en la actualidad. La insuficiencia de las reformas, así como la presión de la guerra carlista provocará que la regente llame a Martínez de la Rosa para conformar gobierno. Será en estos momentos cuando se elabore el Estatuto Real (1834), una carta otorgada de carácter muy moderado y con la que María Cristina pretendía ganarse a los liberales pero sin olvidar sus tendencias autoritarias. Prueba de ello lo encontramos en la conformación de un sistema bicameral (Estamento de Procuradores y Próceres) donde la capacidad legislativa era mínima y quedaba restringida a las propuestas que se hicieran desde la monarquía. Además, mientras el estamento de Próceres era designado directamente por la reina, el de Procuradores se elegía por un sufragio censitario muy restringido (apenas votaba el 0’12% de la población, todos ellos varones). Además, no solo no se reconocía la soberanía nacional, sino que además no existía ni el reconocimiento de derechos fundamentales del individuo. También se conformaría la Milicia Nacional, un cuerpo armado conformado por la burguesía y las clases populares urbanas para oponerse a los carlistas. La situación en España atravesaría por una difícil situación, además de la guerra, se sucederían los levantamientos progresistas y situaciones de creciente violencia.
La inestabilidad de gobiernos sería la constante de la segunda etapa (1835-37). Será gracias al denominado Motín o Sublevación de la Granja (agosto 1836) que los liberales progresistas tomen el poder. En dicho pronunciamiento, un grupo de sargentos exigirán a la regente y su hija que jure la Constitución de 1812 hasta que se elabore otro texto constitucional. El personaje más relevante de este periodo será Juan Álvarez de Mendizábal. La difícil situación por la que atravesaba la Hacienda española le hizo llevar a cabo la desamortización de los bienes eclesiásticos, es decir, procedió a su nacionalización para posteriormente ponerlos a la venta en subasta pública. Las razones de ello debemos encontrarlas tanto en las necesidades hacendísticas, como en el anticlericalismo de estos momentos, fruto del apoyo que la Iglesia le dará, en su mayoría, a la causa carlista. La ruptura entre el Estado y la Iglesia se mantendría hasta 1851. También con esta desamortización se pretendía crear una clase de propietarios agrarios que fueran partidarios de los liberales.
Se realizarán más reformas de carácter progresista, pero será la Constitución de 1837 el documento más relevante. Este texto constitucional será el ejemplo que tomen la mayor parte de las constituciones que se sucederán en España a partir de entonces. Si bien era de signo progresista, la guerra carlista hacía necesario un consenso con los moderados, por lo que lo aprobado distaba mucho de otros textos como la Constitución de 1812. En este documento se reconocía la soberanía nacional, aunque era compartida por la Corona y las Cortes. Se volvía a establecer un sistema bicameral para las Cortes, que estarían compuestas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Los miembros del primero se elegían entre los mayores de 25 años a través de sufragio censitario (votaba un 2% de la población), mientras que los segundos eran elegidos directamente por el rey. Además, la figura real se reservaba importantes prerrogativas como el derecho a veto o la posibilidad de disolver las Cortes (Congreso de los Diputados y Senado) si lo estimaba oportuno.
La tercera etapa (1837-40) será de dominio moderado, entre otras cosas porque las leyes realizadas le favorecían en gran manera y ganaron las elecciones debido al sufragio censitario que existía. La culminación del periodo será la Ley de Ayuntamientos (1840), que reservaba para la monarquía la posibilidad de elegir a los alcaldes. Esta norma terminaría por provocar la protesta de los progresistas, lo cual derivaría en la dimisión de María Cristina y en el inicio de la regencia de Espartero.
III.2. La regencia de Espartero (1840-43)
El general Espartero había construido una gran fama al mando de las tropas isabelinas en el contexto de la Primera Guerra Carlista. Ello le granjeará la oportunidad de ser regente de la reina Isabel. Si bien Espartero era progresista, pronto encontraría problemas con estos, a la par que también lo haría con los moderados. Su tendencia personalista y autoritaria le ocasionaría multitud de problemas. Asimismo, el tratado de libre comercio con Inglaterra dinamitaría su buena fama, en tanto que perjudicaría a la industria textil catalana. La revuelta de Barcelona será sofocada con un bombardeo y posterior represión, que le terminaría por costar su popularidad. Pronto otros militares empezarían la resistencia contra Espartero, siendo esencial la ejercida por Narváez que se pronunciaría en 1843 y lograría que Espartero dimitiera y decidiera exiliarse. El 10 de noviembre, con 13 años de edad, Isabel II era proclamada mayor de edad.
IV. EL REINADO DE ISABEL II (1843-1868)
IV.1. Los grupos políticos
Aunque no se pueda hablar propiamente de partidos políticos, sino más bien de agrupaciones políticas, es necesario analizar su evolución política durante el periodo isabelino:
Los carlistas que anteriormente hemos analizado. Además de la Primera Guerra Carlista, durante el reinado de Isabel II se dará una Segunda Guerra Carlista (1846-1849) con motivo del matrimonio de la reina con otro hombre diferente al hijo de Carlos María Isidro. Además, se sucederían diversos levantamientos con escaso éxito.
Los liberales moderados: Sus presupuestos ideológicos eran la soberanía compartida entre el Rey y las Cortes y el orden en las instituciones. Son herederos de las Cortes de Cádiz y de su Constitución (los liberales “doceañistas”). Prefieren el sufragio censitario muy restringido, eran partidarios de limitar los derechos y suelen estar cercanos a las posturas de la Iglesia.
Los liberales progresistas: Su origen se encuentra en el Trienio Liberal (los veinteañistas). Defienden la soberanía nacional, el sufragio más amplio, la limitación del poder de la Iglesia y unos derechos más amplios. Pretenden darle importancia y fuerza al poder local, establecer la Milicia Nacional y realizar proyectos de desamortización, lo que les acercan a las clases medias. Los progresistas alcanzaron el poder a través de “pronunciamientos”, pues nunca fueron llamados por la reina para formar gobierno. Este alejamiento de la Corona, provocó su participación activa en la revolución de 1868.
Los Unionistas (Unión Liberal): Surgieron a mediados del siglo XIX como consecuencia del desgaste de los moderados y de su evolución hacia posturas conservadoras. La llegada al gobierno del general Leopoldo O´Donnell dio paso a la creación de la Unión Liberal. Pretendió ser un partido de centro al que se unieran miembros de los otros dos partidos liberales, el moderado y el progresista.
El partido demócrata: De las filas progresistas surgió el partido demócrata. Desconfiaban de las posibilidades del liberalismo para satisfacer los derechos de la mayoría de la población. Nació en el año 1849 como escisión de los progresistas bajo la influencia de los ideales democráticos propagados por Europa en las revoluciones de 1848. Los demócratas defienden el sufragio universal masculino, la ampliación de las libertades públicas, la libertad de culto, la enseñanza obligatoria o la asistencia social.
Igualmente, frente a la Monarquía de Isabel II, aparecerán grupos republicanos que pensarán que la República es un sistema político más justo y racional.
También en esta época llegan a España las primeras ideas del movimiento obrero, el sindicalismo y el socialismo utópico. Estos nuevos grupos, tendrán un papel fundamental durante el denominado Sexenio Democrático o Revolucionario.
IV.2. La Década Moderada (1844-1854)
Se trata del periodo más relevante del reinado de Isabel II ya que en él se producirá el definitivo triunfo del liberalismo. Es decir, se darán modificaciones y reformas administrativas que permitirán sustentar el reinado de Isabel II, aunque las disputas entre progresistas y moderados seguirán teniendo vigencia, ya que los primeros se sentirán excluidos en cuanto a la participación política se refiere. No obstante, lo que sí es seguro es que a partir de estos momentos ya podemos hablar del definitivo triunfo y consolidación del régimen liberal en España, aunque este se realizara desde una perspectiva moderada. En este periodo el general Narváez tendrá una grandísima relevancia política, aunque no será el único personaje destacado, otros como Martínez de la Rosa, Donoso Cortés o Bravo Murillo serán esenciales.
El documento que articulará el nuevo sistema será la Constitución de 1845, texto donde la labor de Donoso Cortés tuvo especial relevancia. Nos encontramos ante una constitución de signo claramente moderado. Volvían a establecerse dos Cámaras: el Congreso de los Diputados y el Senado. Los miembros de la primera una vez más eran elegidos a través de sufragio censitario, pero estrechándose la base electoral (apenas un 1% de la población podía votar). Tan solo los varones de más de 25 años y con cierto nivel de renta podían resultar electos. Por su parte, el Senado era un privilegio al que solo se podía acceder a través de designación real, siendo su número ilimitado. A pesar de estas Cámaras, el rey gozaba de soberanía compartida y asumía para sí el poder ejecutivo, lo que le seguía granjeando un gran poder. Por si fuera poco, la monarquía podía sancionar e incluso vetar leyes, además de elegir a los ministros y nombrar a los jefes de gobierno. Incluso el poder judicial pasó a estar muy mediatizado por la realeza, en tanto que administraba justicia en nombre de la Reina. Otros aspectos destacables del texto sería la determinación de la religión católica como la oficial del reino y la supresión de la Milicia Nacional. Por si fuera poco, las libertades que antaño se recogieron en algunos textos constitucionales quedaban eliminadas por la gran restricción que encontramos en esta Constitución. Un ejemplo será la libertad de prensa, la cual estará muy mediatizada por la censura de la época, dado que el objetivo de los moderados era establecer un equilibrio entre orden y libertad.
Otro aspecto destacado de este periodo sería el conjunto de reformas administrativas con el objetivo de centralizar el Estado y dotarlo de una homogeneización gubernamental. La idea, por tanto, era la de uniformizar el país y continuar la senda centralista que ya inauguraron los primeros Borbones. Además se buscaba una profesionalización de la función pública para mejorar el gobierno del país:
Reforma del Sistema Fiscal. Con el objetivo de eliminar las particularidades regionales, se procederá a una reforma hacendística para que el sistema de pago de impuestos sea más uniforme y equitativo. Además, se creará el Banco de España.
Codificación de textos legales. Se tratará de uniformizar el orden jurídico español. Esto se hará a partir de la puesta por escrito de los diferentes códigos legislativos: Código Penal, Código Civil, Ley de Enjuiciamiento Civil…
Reformas en la Administración Territorial. El gobierno de las provincias se realizaría a través de las Diputaciones, a cuyo gobierno estaba el gobernador civil, que también mandaba en el ayuntamiento de la capital provincial. La división de Javier de Burgos se mantenía. Asimismo, la Corona se encargaba de designar a los alcaldes de las poblaciones de más de dos mil habitantes.
Creación de la Guardia Civil. Aunque su objetivo era mantener el orden especialmente en las zonas rurales, lo cierto es que fue un cuerpo policial, con organización militar, que crean los moderados para eliminar la preeminencia que antaño tuvo la Milicia Nacional. Su fundación fue impulsada por el duque de Ahumada.
Plan Pidal. Uniformización del sistema educativo español, por primera vez se crean tres niveles: primaria, secundaria y universidad.
Los últimos tiempos de la Década Moderada no fueron especialmente fáciles, ya que la oposición al gobierno crecía considerablemente. De hecho, la llegada al gobierno de Bravo Murillo no haría más que incrementar las tendencias autoritarias de los moderados. Será durante este gobierno cuando se firme el Concordato de 1851, un tratado que permitía la restitución de las relaciones con la Santa Sede de Roma, algo que se había roto como consecuencia de las desamortizaciones progresistas. En este documento se insistía en el carácter católico de España, así como se garantizaba el mantenimiento de la Iglesia con cargo a los presupuestos estatales y se le dio un importante rol al clero dentro de la educación española. Por su parte, el Papa reconocía como legítimas las pérdidas de las propiedades tras las desamortizaciones.
El endurecimiento de la política moderada (se llegó a plantear la idea de reformar la Constitución para hacerla más restrictiva) ocasionaría que la oposición se hiciera cada vez más fuerte. Destacamos a algunos de estos grupos:
Carlismo. Vuelve a darse otra guerra carlista, la segunda, que se extenderá entre el 1846 y el 1849.
Progresistas. Excluidos del sistema comenzarán a planificar rebeliones que les permitirán acceder al poder. Dentro de esta facción empiezan a aparecer grupos demócratas (el partido demócrata se crea en 1849) que abogaban por extender los derechos políticos a la mayoría de la población.
Republicanos. La entrada de las primeras ideas obreras, especialmente el socialismo utópico, permitirían la aparición de los primeros movimientos republicanos.
IV.3. El Bienio Progresista (1854-1856)
Ante las dificultades que atravesaba el gobierno moderado, el general Leopoldo O’Donnell llevará a cabo un pronunciamiento militar en junio de 1854 conocido como la Vicalvarada. Los objetivos de los protagonistas del pronunciamiento quedarían representados en el llamado Manifiesto de Manzanares, redactado por Cánovas del Castillo, un personaje llamado a tener una gran relevancia en la política española posterior. Espartero volverá ocupar un papel destacado asumiendo la presidencia del gobierno, mientras que O’Donnell ocuparía el Ministerio de Guerra. Ambos serán los personajes más destacados del periodo, aunque su relación no será excesivamente fluida. El objetivo de este gobierno era reinstaurar el régimen constitucional de 1837, para ello reimplantarían la Milicia Nacional y la ley municipal progresista. Además, llevarían a cabo otras acciones políticas destacadas:
Desamortización de Madoz (1855). No solo volvería a afectar a la Iglesia, también a los bienes municipales. Si bien el objetivo volvía a ser sanear las debilitadas arcas estatales, esta desamortización fue bastante polémica porque dejaba a los campesinos sin acceso a los servicios que ofrecían las tierras municipales (caza, leña…). No obstante, sí cumplió sus objetivos de recaudación y permitió la reinversión en otros proyectos como la ley de ferrocarril.
Ley de General de Ferrocarriles de 1855. Con el fin de insertar a España en el proceso revolucionario industrial que estaba viviendo gran parte de Europa, se promulgaría esta ley con el objetivo de que los inversores extranjeros vinieran a nuestro país para tratar de impulsar las deficitarias comunicaciones a través de ferrocarriles de España. También se crearía la Ley de Sociedades Bancarias y Crediticias para estimular la economía española.
Constitución de 1856. Esta sería una constitución non nata, es decir, no pudo llegar a promulgarse, aunque sí fue aprobada por las Cortes. Tenía un carácter más progresista pero la caída del Bienio Progresista impediría su puesta en marcha.
Los problemas y los levantamientos continuaban en España (Barcelona, Valladolid…). Además, la incapacidad de extender las reformas que tenía el Bienio vendría a provocar un endurecimiento en sus políticas, lo cual agravó mucho más la situación. Espartero sería sustituido por O’Donnell que pasaría a gobernar a través de su partido: La Unión Liberal. Comenzaba la última etapa del reinado de Isabel II.
IV.4. La Unión Liberal (1856-1868)
Aunque se suele citar que esta última etapa es de dominio de la Unión Liberal, lo cierto es que se distinguen tres fases. En la primera de ellas encontramos el denominado Bienio Moderado (1856-1858), bajo el liderazgo de Narváez. Se recuperó el signo tradicional y autoritario de antaño y se eliminaron todos los aspectos conseguidos durante el Bienio Progresista, volviéndose al espíritu de la Constitución de 1845. Asimismo, se llevaron a cabo otras reformas como la Ley Moyano (ley educativa que creaba centros de enseñanzas medias) y multitud de obras públicas.
La dimisión de Narváez inauguraba una nueva época, la segunda, la de la propia Unión Liberal, siendo O’Donnell (1858-1863) la figura más destacada. La Unión Liberal vendría a integrar a los sectores moderados y progresistas, evidenciando el claro desgaste que venía sufriendo el reinado de Isabel II y las dificultades para que cualquiera de las dos tendencias pudiera gobernar sin interferencias mutuas. Pese a ello, la unión de ambos sectores permitiría una estabilidad gubernamental sin parangón en el reinado, algo que también vino motivado por una situación económica favorable. La Constitución de 1845 seguiría manteniéndose vigente. La obsesión de O’Donnell sería incentivar el prestigio de España en el exterior a través de diversas actuaciones militares, la mayor parte de ellas en apoyo de Francia:
Guerra de Marruecos (1859-60). Ampliación de la plaza de Ceuta y de Sidi Ifni.
Expediciones a México (1861-62).
Expedición a Indochina (1858-63).
Guerra del Pacífico contra Chile y Perú (1862-66).
A pesar de la buena coyuntura económica, las divisiones internas, los levantamientos campesinos –como el de Loja– y republicanos y el fracaso del programa de conciliación entre moderados y progresistas, originaron la caída de O’Donnell en 1863, después de haber permanecido casi cinco años en el poder. Comenzaba la tercera etapa de dominio de los moderados (1863-68). Se caracterizará por ser un gobierno autoritario que ejercerá su labor al margen de las Cortes y con una gran represión. Episodios de esta etapa son la matanza de la noche de San Daniel (1865) y los fusilamientos de los sargentos del cuartel de San Gil (1866). La primera fue una revuelta estudiantil originada por la destitución del rector de la Universidad de Madrid que terminaría ocasionando 9 muertos y varios heridos. Por su parte, la sublevación del cuartel de San Gil fue un intento de pronunciamiento progresista que tras su fracaso terminaría conllevando el fusilamiento de 66 militares. Además de la crisis política, las nuevas dificultades económicas y las disputas internas entre los moderados y los unionistas provocaron la caída del régimen.
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