La comadreja de Sierra Bermeja
Muy entrenado tiene que estar el ojo y el olfato, además de contar con cierta dosis de
suerte, para apreciar en un paseo por nuestros montes (Sierra Bermeja, Valle del
Genal, etc.) que las comadrejas (Mustela nivalis) están por todos lados. Sus garritas
apenas dejan marcas sobre la corteza de pinos y alcornoques, que, por su relieve característico, ofrecen asideros suficientes como para no tener que clavarlas para trepar dejando su
huella con las cinco uñas bien marcadas.
Amantes de no estar al descubierto, culebrearán por árboles, arbustos y pastizales sin apenas dejar rastro incluso cuando se acercan a algún río o arroyo para beber, aunque no son
muy dadas a ocupar las zonas húmedas y encharcadizas ni los bosques demasiado espesos.
Tampoco son amantes de dejar sus excrementos demasiado visibles o, como otros mustélidos, tener “letrinas” para marcar su territorio. Las heces de las comadrejas son pequeñas y
pasan bastante desapercibidas a no ser que sean frescas y que el característico olor almizclado del moco que las recubre nos llame la atención. Quizá sea el oído bien entrenado el sentido que más nos valga para, al menos, saber que andan cerca: su nerviosísimo temperamento
transmite por el aire un sonido inconfundible. Sonido que suena a nervio y a velocidad.
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